El Oripandó es una obra maestra llena de sentido y sensibilidad que para el jerezano supone un nuevo comienzo. Compuesta, dirigida y producida por Antonio Orozco, “como un traje a medida”, El Oripandó en calé significa el sol, y más profundamente, el recorrido del astro desde el amanecer hasta el ocaso. Una bella metáfora del ciclo vital del nacimiento y la muerte y su vuelta a resurgir que presenta el viaje interior desde la tiniebla hasta el amanecer de un José Mercé más revolucionario, que sigue los cánones profundos del flamenco y a la vez se acompaña de sonidos muy vanguardistas.
¿El Oripandó supone un nuevo comienzo?
Para mí sí (risas). Yo estoy ahora mismo como si empezara otra vez después de tantos años (risas). Creo que es una obra; es una obra desde que empieza hasta que termina. Son ocho temas, pero nos ha costado mucho, tanto a Antonio como a mí. Han sido muchas horas hablando, muchas horas escribiendo; los dos ahí, codo con codo. Desde que empezamos a hablar de este trabajo, con pandemia por medio, han pasado casi tres años. Pero la verdad es que ha merecido la pena porque creo que hemos dejado un trabajo bien hecho. Yo estoy muy contento. Me parece que con El Oripandó hay un antes y después de José Mercé.
En estos tres años ¿habéis trabajado y disfrutado a partes iguales?
Lo hemos disfrutado, nos hemos irritado muchas veces también (risas), pero verdaderamente hemos disfrutado mucho haciendo este trabajo porque, si lo tienes que hacer económicamente con lo que te da una multinacional, es imposible. Este trabajo de la única manera que salía era queriéndolo hacer con mucha dignidad, con mucho corazón, con mucha verdad, con mucha pureza; si las personas que se han implicado en este trabajo no lo sienten, no hay dinero para pagarlo, está claro (risas).
José, en este disco, u obra, como prefieres llamarlo,hablas por primera vez de tu vida, ¿por qué ahora?
Creo que era el momento. Después de tantísimos años como llevo en la música -empecé con 13 y voy a hacer 67 años- nunca he hablado de mi vida, ni nunca voy a hablar, la he cantado. Me he abierto en canal con Antonio, no solo yo, también mi mujer, mis nietos, mis hijas, toda la familia le ha ido contando cosas. Es lo que yo quería hacer, pero necesitaba a alguien con una sensibilidad como la de Antonio para que escribiera eso que yo quería cantar. Afortunadamente ha sido así y estoy más contento que nadie (risas).
¿Ha sido muy difícil desnudarse emocionalmente?
No, la verdad es que no porque cuando las cosas se hacen de verdad, cuando hay un duelo por medio tan grande, cuando la persona que está contigo también ha pasado un duelo, de una manera u otra te hace sentir muy igual. Cuando yo le he contado cosas a Antonio, él me ha contado cosas suyas. Hemos compartido mucho. Hemos trabajado disfrutando y eso de verdad que es muy difícil. Y con gente tan buena alrededor. Llamar a un compañero para decirle ‘oye, que quiero que toques el piano aquí’, ‘que quiero que toques la guitarra acá’ y que no te pongan ninguna traba, al revés, encantados de la vida de poder trabajar con nosotros. Eso para mí no tiene precio. Date cuenta de que te miento a Pablo López, a Lang Lang, te miento a Tomatito, a su hijo, a Mala Rodríguez, a Dorantes… ¿qué más podemos pedir? Tenemos a esa sinfónica de Bratislava que no veas como suena… Lo hemos tenido todo y ya te digo que, si hubiésemos tenido que pagarlo como hay que hacerlo, esto hubiera sido imposible.
Esas conversaciones con Antonio ¿te han servido de terapia?
Mucho. Todo eso lo tenía dentro y lo he ido sacando para fuera. Ahora mismito estoy como que peso menos (risas). Me siento más ligero (risas). Qué alegría encontrarte con personas así, que entiendan lo que es el dolor, lo que es la felicidad…, porque hay tiempo para todo. Yo le he contado lo bueno y lo malo y todo eso se refleja en esta obra.
¿Dudaste en algún momento?
No… Yo siempre he sido un hombre que ha arriesgado en el mundo del flamenco, desde El amanecer, Aire, Lío, a Confí de Fuá, Ruido, muchos, pero me parece que aquí he arriesgado más que nunca porque es un trabajo muy vanguardista, es muy nuevo, es algo que puede servir a las nuevas generaciones. Una vez que escuchas estos temas una y otra vez, te das cuenta de dónde viene todo, viene todo del flamenco. Realmente esto empieza con un preludio del nuevo día que toca Pablo López, pero realmente es un taranto y una taranta, es como si estuviéramos en la mina; después viene Jamás desaparece lo que nunca parte, que es el tema que dedico a mi hijo Curro, y que es muy emotivo, muy emocional: ‘el dragón se lo llevó y ahora arde’, ‘las niñas en los palios aguantan la rima’, ‘la letanía que después queda’… La letra es muy dura, pero a mí me libera, me gusta cantarla, me hace llorar, me hace sentir de una manera increíble y me parece que hemos hecho un tema maravilloso. Luego me meto en el martinete, que es el cante más primitivo del mundo del flamenco; con un martillo y un yunque, entonces no había ni guitarra. Pero fíjate tú por dónde que termino de cantar el martinete y salgo llorando del estudio. Entonces me coge Antonio y me dice ‘José te voy a explicar de dónde viene esto’. Y cuando me dice que esa letra del martinete la han hecho mis nietos, pensé, ‘madre mía de mi vida cómo puede ocurrir algo así’. Lo que menos me podía pensar es que la letra era de mi Curro y mi Adonaya. Fue un momento muy emocionante. Después de eso, vuelvo al estudio y unimos el martinete con ese tema como por rumba-tango que es donde empieza a rapear Mala Rodríguez. ¡Imagínate! Ahí está lo más primitivo y lo más moderno; empieza con el yunque y el martillo, pero es que termina con el yunque y el martillo, aunque esté rapeando Mala Rodríguez (risas).
¿Por qué has arriesgado en este trabajo más que en otros?
He arriesgado más que nunca, sí. Yo respeto mucho a la crítica, respeto mucho a los flamencólicos, respeto a todo el mundo, pero a estas alturas de mi carrera ya no me afecta que me digan que no es pureza o que no es ortodoxo; es que la pureza y la ortodoxia yo creo que es el intérprete y el ejecutante. Si tú haces una seguirilla y a mí no me transmite nada, ¿dónde está el cante grande? Si haces un fandango, que está denominado cante pequeño, y me duele, me llega y me llena… ¿No es el intérprete y el ejecutante el que hace el cante puro, ortodoxo o como lo queramos llamar?
¿Qué le ha parecido a tu familia?
Mis hijas son muy críticas conmigo, sobre todo mi O’Hara que me da muy fuerte, y esta vez me parece que me he salvado, le ha gustado (risas).
¿Cómo ha sido trabajar con Antonio Orozco?
Una de las mejores cosas que me han pasado en mi vida. A Antonio como persona -ya no hablo como cantante que me parece una maravilla- hay que darle un 10. Es un tío con una sensibilidad enorme. Él me ha hecho un traje a medida. Cuando hemos estado hablando, trabajando, él siempre ha tenido en mente que yo soy el que canto, me parece que lo ha hecho mejor que nadie. El acierto lo tuve yo al decirle ‘Antonio, vente para acá que tú no te me escapas’ (risas).
¿Tenéis muchas cosas en común?
Yo creo que sí. Antonio y yo sentimos muy parecido, tenemos una forma de ser parecida. Incluso, aunque es un cantante de pop, a mí me suena a flamenco; me “jiere”, me duele, me llega cuando hace esos temas que hace. También es un tío muy familiar, como yo, en fin, tenemos muchas cosas en común (sonríe).
¿En qué dirías que es más evidente el sello de Antonio?
Yo diría que Antonio está presente en toda la obra, en todos los temas, en la forma de sentir, sin lugar a dudas. Se nota que lo ha hecho Antonio Orozco (risas).
¿Cómo vas a llevar este disco a los directos?
Yo quiero que el directo sea igual que la obra. Voy a empezar con El Oripandó desde el principio hasta el final, lo vamos a hacer entero. Y en los sitios en los que crea que tiene que estar la sinfónica, va a estar también. Estoy loco por empezar (risas).
FOTOGRAFÍA FEDE SERRA